viernes, 16 de julio de 2010

(texto suprimido de La espiral en el laberinto)

“El máximo impedimento para vivir son las esperanzas que dependen del mañana”, escribió más o menos Séneca en el año 55, en Sobre la brevedad de la vida (capítulo IX). Octavio Paz escribió, también más o menos: “no abandones la alegría del presente en la cárcel del futuro”, esto en El laberinto de la soledad, la edición de 1969 que incluye Postdata. He aquí una diferencia de veinte siglos, donde ignoro otros escritos, escritores y hablas comunes –sabiduría oral, anónima–, debido a mi pereza o incapacidad para leer y entender mucho más.
(Aunque no quiero dejar pasar esta referencia: en el cuento “Poseidón”, de Franz Kafka, mediante una alegoría se habla del trabajo interminable, ese que nos priva de vivir la vida: Poseidón no conoce todos los mares porque está haciendo cuentas y piensa darse un tiempo para conocerlos “cuando el mundo tocara a su fin, sólo para entonces tendría un momento de descanso justo antes del fin del mundo, y sólo después de haber revisado la última cuenta le daría tiempo para una rápida gira”. En “Un fragmento para El cazador Gracchus”, Kafka advierte nuevamente sobre la vida para trabajar y no para vivir: “Uno no tiene tiempo para pensar en él, para informarse sobre él. Acaso en el lecho de muerte… Tal vez en esa situación el hombre laborioso tenga, por primera vez, tiempo de estirarse”.)
Es obvio que Séneca y Octavio Paz no son el mismo hombre; pero si me inclinara por lo aristotélico, diría que escribieron lo mismo debido a que compartieron circunstancias semejantes, a pesar de las distancias espaciales y temporales: no habiendo mayor circunstancia que la de haber sido hombres. Inclinándome hacia lo platónico, diría que ambos escribieron lo mismo porque la idea ha estado mucho antes que ellos mismos, eterna: comprender la vida. Seguramente Álvaro Uribe, con respecto a la literatura, lo explica mejor en La otra mitad: “cuando un escritor se dispone a trabajar tiene en potencia ante sus ojos una cantidad infinita o por lo menos indefinida de textos previos. La literatura no parte de una página en blanco sino de un palimpsesto en el que se enciman […] las obras completas de la literatura anterior”.
Dejo de escribir –porque resulta imposible concluir– por supuesto con Jorge Luis Borges –quien viera en su ceguera “la vasta Biblioteca de Babel” que se expande incesantemente con cada nuevo libro, cada uno aguardando, al principio y al fin de la misma, a su posible lector–. Borges no sólo se refiere a la literatura, sino también a los hombres: cada hombre es todos los hombres que han sido y serán. Así, al escribir sobre el mismo tema, Séneca y Octavio Paz, tan distintos, pero al fin hombres, se hacen una repetición infinita del universo, ese laberinto monstruoso.

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