viernes, 26 de marzo de 2010

¿Cuál sería el resultado de quedarme en esta fila interminable, donde siempre parece que estoy en medio y, además, hemos olvidado para qué nos formamos? ¿Cómo estar seguro de que esta fila en la que estoy formado tuvo alguna vez un comienzo, si recuerdo haber estado siempre en medio, a punto de llegar sin poder hacerlo?

Si pregunto al que viene atrás, no sabe, dice haber estado siempre a mitad de camino, aunque no está seguro; el de adelante tiene la misma respuesta, como si fuera el de atrás o yo mismo. Los tres tenemos la certeza de que, siendo lógicos, tuvo que haber un principio y, habiéndolo, entonces tiene que haber un final: es necesario que lo haya. ¿Avanzamos, retrocedemos, nos movemos acaso?

No me atrevo a preguntar si saben por qué están formados.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Lo importante no es la idea del Eterno Retorno, propuesta por Nietzsche -aunque ya J. L. Borges la señalara como una hipótesis griega-; lo que importa es la pregunta que hace: si todo se repetirá exactamente igual, una y otra vez, entonces lo que eres, lo que has hecho ¿merece ser repetido eternamente, quieres repetirte y repetir tus actos por toda la eternidad?

En otro orden de ideas, si hemos de creer en la inmortalidad del alma, la posibilidad de una vida eterna en otro lugar (siempre en otro lugar, otro tiempo, aseguran los retóricos), sólo queda la certeza de una vida condenada al aburrimiento: fantástica, ilusoria la muerte, condenados a una vida sin muerte, ¿para qué darnos prisa en experimentar la vida?

Un último apunte, igual de prescindible: A diferencia de Marco Aurelio -citado por Borges en "El tiempo circular"-, considero que al morir no perdemos el presente, sino que finalmente lo alcanzamos, habitamos el inasible presente: ya no estamos vivos, viviendo muriendo; ahora, estamos muertos. Por mi parte, me encuentro a gusto en el destiempo.

martes, 23 de marzo de 2010

Las dictaduras latinoamericanas del siglo XX temieron a los jóvenes -ser joven significaba tener tendencia al crimen, un joven era el principio del pecado-, fueron considerados una amenaza, aunque para la dictadura brasileña (1964-1984) lo era el pueblo en su conjunto, el cual les parecía incapaz de gobernarse sin una elite; para la última dictadura argentina (1976-1983), Marx, Einstein y Freud habían pervertido a la juventud con sus ideas, y debían ser reeducados, alejados de las ideas extrañas al ser argentino y, claro, obedecer como militares.

Las dictaduras de izquierda construyeron utopías para el futuro; mientras que la derecha reaccionaria hacía del pasado una utopía. En México, el gobierno veía a los jóvenes como incapaces de orden, con inclinaciones al caos y la desestabilización. No resulta extraño entonces su sorpresa cuando, en septiembre de 1971, miles de jóvenes se congregaron durante tres días para el concierto de rock Avándaro, sin riñas, ordenados, sin que el mundo explotara. Al día siguiente, los medios de desinformación, alarmantes, alarmistas, vieron drogadicción, lujuria y crimen, y el gobierno decidió prohibir el rock, por subversivo y extranjerizante. El gobierno de Echeverría, y los anteriores y posteriores, decretó mediante su represión que estaba prohibido ser joven.

Ya quisieran los gobiernos que todos nacieramos adultos, listos para trabajar y evitar los malos pensamientos que se empeñan en negar el futuro como destino, privatizado, y desearían extirpar la tendencia al asombro y acabar de una vez por todas con la peligrosa imaginación.

lunes, 22 de marzo de 2010

Realidades

La invención de la realidad no es otra cosa que asumir una realidad única, dar por creada, limitada, sistematizada, una realidad a la que podemos acercarnos, manipular y adecuar a nuestras necesidades. Entonces, aspiramos a una realidad que, al ir concretándola, nos comienza a fastidiar y ya estamos detestándola, aunque la aceptamos. Señala Oliverio Girondo que "la costumbre nos deje, diariamente, una telaraña en las pupilas", y no tenemos, los que en verdad nos fastidiamos, otro remedio que intentar "cortar las amarras lógicas" como, agrega Girondo, "la única y verdadera posibilidad de aventura". Nos confiesa en un poema Jaime Sabines: "Yo lo que quiero es que pase algo,/ que me muera de veras/ o que de veras esté fastidiado,/ o cuando menos que se caiga el techo/ de mi cuarto un rato..."

domingo, 21 de marzo de 2010

Contra todo

El caos, el absurdo y la violencia se han adaptado, relativizado y cotidianizado lo suficiente (racionalizado el sistema, la maquinaria funciona rutinariamente y es manejada rutinariamente y somos manejados rutinariamente y nos manejamos y manejamos rutinariamente...), que al tratar de entenderlos resultan en orden, sentido y paz social: ¿Qué tan cierto es lo que escribió Albert Camus: "después de despertar en este mundo mecanizado, sólo quedan dos opciones: la reinstalación o el suicidio"?
No estoy de acuerdo con el asceta que se va al desierto porque no quiere vivir en un lugar lleno de vicios; si se va es porque no es capaz de superar esos vicios, tiene temor, porque su voluntad es débil, de ser parte de ellos (sin olvidar que no los ha probado, así que ¿cómo rechazar algo que desconoce? Me parecen más perversos todos esos que se creen santos y miran a todos los demás como demonios).
Me basta, volviendo con Camus, con no ser una plaga más y, como Alfonso Reyes, mostrar "las entrañas de la maquinaria". Además, como escribe Richard Lintakler: "Si el mundo que se nos obliga a aceptar es falso y nada es verdadero, entonces cualquier cosa es posible".

jueves, 18 de marzo de 2010

Contra los otros

Como en vida, los muertos con dinero eligen a sus vecinos y, para mayor privacidad, habitan palacios mortuorios, con infranqueables bardas; así encerrados, están protegidos contra robos y, principalmente, contra los otros.

miércoles, 17 de marzo de 2010

De ausencias

No sé antes, pero ahora las distancias no son cuestión de medidas métricas u horarias; actualmente, uno puede parecer demasiado lejos y, sin embargo, encontrarse a la vuelta de la esquina, incluso a un lado, ausente.

sábado, 13 de marzo de 2010

Camino

No es en el final del viaje donde encontraremos lo que buscamos –como no es la muerte la culminación de la vida–; ni es en el viaje, como creen los eternos buscadores, donde nos hallaremos. Es en nosotros mismos, en lo que llevamos de oculto y potencial –el ser en potencia que somos–, al cual el camino nos permitirá ir encontrando, construyendo mientras construimos el camino, hasta lograrlo y, entonces, saber que hemos llegado al lugar donde éramos esperados.

jueves, 4 de marzo de 2010

Elementos del sueño

Lluvia ligera, noche, risas, miradas varias, abrazos, a ochenta minutos de casa, algunos amigos desconocidos, una película que no veo, nosotros… Son estos algunos elementos del sueño que ahora recuerdo, sin juntarlos en estas líneas –qué tal si es como los deseos, que al decirlos no se cumplen; y no soy supersticioso, pero para qué arriesgarme.

“…Y mis sueños una escalera sin principio y con fin”, escribió Fernando Pessoa o alguno de sus heterónomos.

Sabes lo que dicen: en los sueños no se puede conocer el principio ni el final, ambos mezclados, entremezclados, en un “presente” del que sólo recuperamos fragmentos, ¿será la vida así? El despertar va devorando todos estos recuerdos imposibles. Pero la imposibilidad de un abrazo no significa que no pueda ser realizado. Todo imposible teme su vulnerabilidad ante una decisión inexorable. Y no importa que por la mañana una revista me diga: Translation was never possible. Porque traducir el sueño a la realidad, tiene tanta dificultad como llevar la realidad al sueño; no importan, al menos para mí, vanos convencionalismos y buenas maneras, ni las sanas protestas o saltos con redes de seguridad para salir de emergencia. La traducción jamás fue posible, digo, y al decirlo me da esperanza.

¿Por qué los sueños no pueden ser recuerdos también? ¿Acaso deberemos someternos al empirismo pragmático? (Todo objeto tiende a caer, sí, es cierto, pero habrá otros lugares donde los objetos tiendan a subir o flotar, permanecer a voluntad; no somos dueños de la Verdad, ni siquiera de parte de toda la verdad.)

Si los recuerdos tienen diversas formas y medios para quedarse con nosotros –he aquí la memoria de la razón y la memoria del corazón–, si con el paso del tiempo los vamos cambiando, transformando, inventando, cada uno tendrá un recuerdo distinto al otro memoriante. ¿Quién entonces puede negarme, sino yo mismo, el hacer de este sueño un recuerdo infatigable? Ya hay quien podrá decirme que llevar la realidad al sueño no hace más que confirmar a la primera, y lo que reafirma al sueño es el propio ser del sueño, inefable. Pero, aunque no ignoro dicha protesta, le doy una importancia semejante a la de si esto que escribo –entonces escribo, escribí–, le dice realmente a alguien, que no sean los involucrados –tal vez nosotros–, lo que pienso-siento.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Viejas postales halladas sin prisa

Deberías haber visto en José María Morelos la procesión de los niños ir inmensamente derecho, llevando su alegría como pancartas que se burlan de los hombres tristes. Iban descalzos, acariciando la tierra que los espera sin prisa. Esos niños nada tienen tan importante como el ser niños; parecían ignorar su pobreza, la injusticia del sistema que los condena a la miseria. Desnutridos, desvestidos, despalabrados, hilando voces para sobrevivir, les brota siempre una sonrisa inesperada para el hombre que mira y, si es afortunado, podrá ver una risa subversiva, contagiosa, peligrosa para tanto hombre triste. La procesión de los niños avanza implacable.

En San José, Costa Rica, alguien anda paseando las nubes, lo hace sin descanso sobre la ciudad, como señoritas de pueblos ignorados: ellas vienen y van en la plaza celeste. Los turistas, ensombrillados, no se han de mojar: a salvo de la lluvia nunca sabrán cuándo llueve café.

Hacia Grecia, en Costa Rica, la risa de un niño me recuerda que no todo está perdido. La esperanza asoma y la risa reverdece. Pura vida chingao.

Pasé por Centroamérica a toda la velocidad de llegar y lo mejor que conozco son sus aduanas. No he traído cámara que me fabrique recuerdos y me haga ver en diez años lo que puedo ver ahora. El paisaje son todas estas fronteras absurdas, pero todo puede mejorar: si nos cierran la frontera de Nicaragua y un paranoico advierte de secuestros y asaltos, entonces vámonos a tomar unas toñas ahí mismo, cerquita de la frontera, bebamos hasta el amanecer y sea horario de oficina.

Día del grito mexicano. Hacer del silencio diario un escándalo; luego callar, esperar. Día de muertos. Andar por estas calles vestido de calavera, agitando la risa-matraca. Un día para celebrar a la muerte, emborracharla, comerla, bailarla en algunos casos y vestirla de flores en todos, invitarla a la mesa y cantarle. Día de visitar a los muertos. Día de carnaval, donde sólo la oportunidad del travestismo y la venta de cerveza parecen pasarla bien.

Distrito Federal. Tal parece que aquí las protestas y todo tipo de manifestaciones sólo tienen como interés la fiesta, el juntarse bajo un pretexto: el relajo.
En esta ciudad, ¿las personas llevan a los autos o los autos a las personas? He visto autos llevando autos. El metro, dicen los movilistas de autos, provoca una cercanía violatoria de la privacidad; caminar es demasiado arriesgado, pero ya quedan pocas aventuras en el mundo.
Aquí, la sórdida distancia se encubre de multitudes; el anonimato como una actitud; ‘no importa quién me vea, no volveré a verla’; la calle un riesgo; el otro, un peligro; los automóviles se ahogan en su ira de siete kilómetros por hora; el gigantismo se traga el tiempo y defeca esta ciudad moderna.

martes, 2 de marzo de 2010

Prólogo al "Ensayo de libro" de los escritores Garik Samsa y Winston K. Smith (traducción y prólogo por Erick Pérez del Ángel)

Textos dispersos de Winston K. Smith y textos-viñetas de Garik Samsa. Pero habría que preguntar ¿además del traductor, que obligadamente tuvo que leer el libro y conocerlos, quién conoce a estos dos personajes que decidieron publicar juntos –no sé bien si para ahorrarse el trabajo de publicar por separado o esperando completar lo que a cada uno le falta–? “La mitad para ti y la otra para mí…”, parece que fue una conclusión tomada en alguna noche olvidada (¿no se supone que las viñetas deberían estar dentro del texto y no, como fue publicado, tal si fuera una segunda parte? Por respuesta me dicen que “en realidad hay viñetas y textos de uno y otro; si le preocupa al lector saber cuál es de uno u otro, ese es su problema”). Ni hablar de una fotografía que nos deje, al menos, ver cómo son: si en verdad son. Ambos estuvieron de acuerdo en la razón por la cual no hay foto:

"Me da cierto escozor –señaló K. Smith– ver a quiénes supuestamente escribieron un libro, principalmente si es de poesía: que al hojearlos me tope con el rostro patético del supuesto escritor es algo que me motiva abandonarlo inmediatamente. Por mi parte –interviene Garik Samsa–, hago caso a Nietzsche cuando decía que no busquemos detrás del libro, como si fuera más importante que la propia obra; claro, a veces lo hago, porque, al igual que Octavio Paz, tengo curiosidad por saber qué hay detrás de la máscara, qué es lo que la anima."

¿Las razones de este libro? Tal vez no darse cuenta de la terrible dificultad de escribir uno a dos manos, de la exigencia disciplinaria que se necesitaba para lograr un libro que fuera dos al mismo tiempo, pero sin serlo en realidad o sin parecerlo –la intención se me escapa–; quizá sólo podemos considerar que la estructura final es el resultado de una nueva victoria de la pereza literaria, que tanto gusta a estos dos escritores. En fin, lo que finalmente han decidido publicar es un libro que contiene a dos escritores diferentes. Por ejemplo, K. Smith, durante una charla que sostuve con ambos para armar este prólogo, me comentó sobre sus textos:

"Pobre el lenguaje de los académicos intelectualizantes, con sus palabras maquilladas como quinceañeras o señoritas de sociedad; yo prefiero el maquillaje de las putas, porque ellas, en cuanto pueden y porque pueden, mandan todo a la mierda. Aunque claro, siempre serán mejor las palabras desnudas, como las mujeres ¿El lenguaje florido? Quizá sólo el de la Guerra Florida. Pero soy demasiado flojo como para confirmarlo […]. No, en esta ocasión no me olvido de los jóvenes, que hablan como Julio Cortázar jugó en Rayuela, en Ispamerikano […]. Buscar entendernos sería muy simplista, aburrido diría yo, pero ser oscuro es otro error, por relamido y torpe…"

Lo dicho anteriormente no cayó en gracia al poeta Garik Samsa –aunque tal vez fuera que estaba en otro lado–, quien ha sido tachado de oscuro y fatalista, sin poder escribir finales y sólo fragmentos. Él prefirió limitarse a señalar que el libro

"sólo tiene la finalidad del divertimento, de una necesidad, al menos para él, de ver cómo las palabras, luego de estar dispersas, van ocupando su lugar en las páginas, como si al escribir construyera ‘nuevos’ laberintos o juntando piezas que van cayendo por azar en el lugar preciso –no dudó en recordar a Borges y Galeano– o formando una espiral armada con pequeñas espirales, sin final ni principio o con el final y principio que el lector quiera darles porque –advirtió– después de todo también el lector es uno de los constructores de este libro; hay otros, pero no es el momento de conocerlos, menos ahora que el libro ya está terminado y todos nos fuimos a otros lugares, otros sueños…"

Aquí estoy entonces, escribiendo el prólogo de un libro que, sospecho, tiene la esperanza de que al tener a dos escritores pueda ganar algún concurso, ahorrándoles competir entre ellos y, además, evitarles realizar los gastos y trámites de publicación. Y si lo hago es debido a la invitación de Garik Samsa, tal vez creyendo devolverme el favor cuando los invité a ambos para escribir algo sobre mi libro o como una disculpa por las cosas canallescas que K. Smith escribió –de las cuales mi editora sólo dejó las menos infames, por cierto–; aunque creo que ninguna de las dos, porque devolver favores o dar las gracias, no podría venir de dicho escritor, así que les devuelvo el favor–.

En realidad no me parece que pueda decir mucho más, aunque parezca absurdo. Inclasificable –lo cual es una forma de disculpar la incapacidad o desgana de ambos escritores por especializarse–, me aventuro a dejarlo como prosa poética. Me ha gustado el libro –por supuesto no todo, tampoco es esto un funeral como para exagerar–, disfruté leerlo y traducirlo, así que ojalá usted lector o lectora también pueda hacerlo y, por qué no, siguiendo a Garik Samsa, construya uno mejor.

Henry Miller hablaba de ser un médium; yo prefiero considerarme más como un traductor, en este caso de dos escritores distintos, buscándome entre ellos. Por supuesto, ya se sabe, ninguna traducción podrá ser el original, si ni siquiera el original es igual después de la traducción. Y cada uno de nosotros, K. Smith, Garik Samsa y yo mismo, nos buscamos entre otros dos escritores. Estoy seguro que los tres tenemos la sensación de que hay otros a los cuales no hemos traducido.