miércoles, 3 de marzo de 2010

Viejas postales halladas sin prisa

Deberías haber visto en José María Morelos la procesión de los niños ir inmensamente derecho, llevando su alegría como pancartas que se burlan de los hombres tristes. Iban descalzos, acariciando la tierra que los espera sin prisa. Esos niños nada tienen tan importante como el ser niños; parecían ignorar su pobreza, la injusticia del sistema que los condena a la miseria. Desnutridos, desvestidos, despalabrados, hilando voces para sobrevivir, les brota siempre una sonrisa inesperada para el hombre que mira y, si es afortunado, podrá ver una risa subversiva, contagiosa, peligrosa para tanto hombre triste. La procesión de los niños avanza implacable.

En San José, Costa Rica, alguien anda paseando las nubes, lo hace sin descanso sobre la ciudad, como señoritas de pueblos ignorados: ellas vienen y van en la plaza celeste. Los turistas, ensombrillados, no se han de mojar: a salvo de la lluvia nunca sabrán cuándo llueve café.

Hacia Grecia, en Costa Rica, la risa de un niño me recuerda que no todo está perdido. La esperanza asoma y la risa reverdece. Pura vida chingao.

Pasé por Centroamérica a toda la velocidad de llegar y lo mejor que conozco son sus aduanas. No he traído cámara que me fabrique recuerdos y me haga ver en diez años lo que puedo ver ahora. El paisaje son todas estas fronteras absurdas, pero todo puede mejorar: si nos cierran la frontera de Nicaragua y un paranoico advierte de secuestros y asaltos, entonces vámonos a tomar unas toñas ahí mismo, cerquita de la frontera, bebamos hasta el amanecer y sea horario de oficina.

Día del grito mexicano. Hacer del silencio diario un escándalo; luego callar, esperar. Día de muertos. Andar por estas calles vestido de calavera, agitando la risa-matraca. Un día para celebrar a la muerte, emborracharla, comerla, bailarla en algunos casos y vestirla de flores en todos, invitarla a la mesa y cantarle. Día de visitar a los muertos. Día de carnaval, donde sólo la oportunidad del travestismo y la venta de cerveza parecen pasarla bien.

Distrito Federal. Tal parece que aquí las protestas y todo tipo de manifestaciones sólo tienen como interés la fiesta, el juntarse bajo un pretexto: el relajo.
En esta ciudad, ¿las personas llevan a los autos o los autos a las personas? He visto autos llevando autos. El metro, dicen los movilistas de autos, provoca una cercanía violatoria de la privacidad; caminar es demasiado arriesgado, pero ya quedan pocas aventuras en el mundo.
Aquí, la sórdida distancia se encubre de multitudes; el anonimato como una actitud; ‘no importa quién me vea, no volveré a verla’; la calle un riesgo; el otro, un peligro; los automóviles se ahogan en su ira de siete kilómetros por hora; el gigantismo se traga el tiempo y defeca esta ciudad moderna.

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